• Teresa T. Rodríguez
  • Opinión
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El mundo está agitado. Vivimos tiempos oscuros y la realidad, con ellos, se ha vuelto opaca. Como no vemos, me decía el otro día un querido profesor de sociología, más que porcentajes y valoraciones inciertas, porque están fraguadas a ciegas, en su defecto, lo mejor es cultivar el arte de la metáfora.

No solo lo enriquecen, las metáforas, además, conceden al pensamiento distancias muy valiosas en tiempos difíciles. El nuestro, en vivo y en directo, es ahora un momento de grandes naufragios. Tenemos noticias de ellos a diario: la corrupción, el hundimiento de la socialdemocracia, el resurgir del fascismo ahora ya con esencia postmoderna, el brexit, un agresivo neoliberalismo postfordista, Trump, etc.

Ante tantas conmociones, las alegorías son un gran asidero. Monterroso sabía bastante sobre las enormes ventajas que ofrecen las metáforas al pensamiento cabal y las cultivaba con gran maestría. Volviendo al texto, de la deriva actual deviene este delirante no ver, cosa que se refleja muy bien, a diestra y siniestra, sobre el hecho paradigmático que tengamos políticos y planteamientos sin rumbo o en hundimiento, estrategias partidistas desatinadas o un ineficaz y antipático oportunismo, aderezado ruidosamente por los medios.

Junto a la apoteosis de los datos y cifras estatificadas o, en su reverso, tras los fatuos discursos en torno a las purezas y los acontecimientos, lo que se evidencia es la muerte del pensamiento, el vaciamiento espantoso del mundo de las ideas. En esto, ni a derecha ni a izquierda hay tregua. Por tanto, sigamos a Monterroso; huyamos hacia la metáfora como generoso salvavidas que, a palo seco, la cosa empieza a ser realmente cargante.

Piensen por un momento, a palo seco, sin distraerse, cómo se desmorona el sueño de Europa; la tesitura crucial y oscura en la que estamos. Piensen en la vecina Francia, piensen por un momento en nuestro país y en la enorme hondura de la corrupción y en cómo está devorando no solo ya a un partido político, sino a las propias instituciones democráticas, cómo es una gangrena extensiva que ha pulverizado la confianza de los ciudadanos y cómo naufragan, alrededor, las aguas estremecidas de las convicciones. ¿No da que pensar que no progrese ninguna alternativa, sino todo lo contrario, solo un mayor desconcierto?

Con y sin metáforas, lo de Europa era ya un naufragio anunciado. Se intuye desde los noventa, cuando se impone y se desboca la política con el neoliberalismo. Queda totalmente claro con el advenimiento de la última crisis financiera y se terminan por manifestar los efectos perniciosos de su voracidad, cuando los ciudadanos rescatamos de manera infame a los bancos por imperativo político y se fragua la tesis puritana de la austeridad para “contener” el déficit público. Ahora ya, ante los acontecimientos alarmantes y las señales inequívocas que se suceden de continuo, solo cabe estar preocuparnos, muy preocupados.

El caso de Francia es ahora mismo dramático. Si la Sra. Le pen gana las presidenciales el domingo (y si pierde, no va a hacerlo por una diferencia que genere tranquilidad), ni la mejor alegoría que quepa imaginar nos librará de la barbarie. Hannah Arendt dejó constancia de la hondura de los procesos que traen a escena al fascismo y de sus consecuencias nefasta para la civilización. Si no triunfa la Sra. Le Pen, es igualmente alarmante que la única alternativa en el país vecino sea Emmanuel Macron: “un alto funcionario, especialista en inversión bancaria. Un empleado y asociado de Rothschild & Cie, que ejerció posteriormente de asesor económico del presidente de la República François Hollande”. ¡El fascismo o las finanzas! Así de perdidos estamos.

Como lo que cabe añadir es que la inteligencia ha sido sepultada, no es para preocuparse menos que la apuesta de Mélenchon sea la abstención. En Francia, si alguien piensa en ella como estrategia, es que está tan perdido como los que continúan apelando solo a la economía y al crecimiento económico como salida y defensa de la democracia. Puesto que los datos han dejado de corresponderse con la realidad, empeñarse en ellos es no percibir y no querer ver el enorme naufragio en el que están las democracias europeas.

Rebajando el grado de la tensión, volviendo a nuestro país, ávido de metáforas, a escala pequeña, por tanto, pero haciendo honor a Monterroso, el otro día, con una sonrisa irónica, teniendo en mente lo errático de la situación actual, mi querido profesor de sociología me comentaba algo que había escrito en su blog, observando el peculiar ostracismo con el que el Sr. Iglesias ha castigado al Sr. Errejón. A mi querido profesor de sociología le parecía inevitable establecer una asociación (y escribo literal) “entre el Sr. Errejón y el estatuto simbólico de Dubcek, aquél dirigente comunista checoslovaco que, tras la primavera de Praga, fue relegado de las responsabilidades partidarias y estatales, siendo ubicado en una empresa forestal donde se ocupaba de una actividad tan elocuente como es la jardinería”.

Según mi estimado profesor, “para Dubcek, aquel fue un buen lugar para esperar la próxima primavera que, en el caso de Checoslovaquia, llegó treinta años después”. En el caso actual de Podemos, la edad del Sr. Errejón pudiera favorecer la esperanza de que el futuro depare una reversión del modelo organizativo que sustenta ahora mismo a Podemos”. Será raro, sin embargo, que el Sr. Errejón pueda mantenerse mucho tiempo como diputado, relegado de todo, en silencio. Su inteligencia, incluso callada, es un permanente desafío para la actual cúpula de Podemos.

Como exiliado forzoso en tiempos oscuros, cabe preguntarse si la jardinería podría aliviar al Sr. Errejón, como le ocurriera a Dubcek en aquella larga espera, proporcionándole la dosis de calma necesaria para mantener su equilibrio personal. “Si bien la floricultura sigue representando un verdadero arte, donde se desarrolla una actividad provechosa, adaptándose a los imperativos de la naturaleza y sus estaciones incuestionables”, como dice mi querido profesor, parece que el ritmo acelerado de los tiempos y sus tonos postmodernos ya no da para eso. Pudiera ser, en este caso concreto, que la historia y sus premuras priven al Sr. Errejón de tan beneficioso oficio a largo plazo.

Teresa T. Rodríguez

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