• Teresa T. Rodríguez
  • Opinión
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La línea está clara. Seguimos en la misma tónica economicistas de las promesas electorales que después terminan en recortes, más austeridad y más control del déficit público. Como esas recetas solo sirven para equiparar por abajo, es decir, para empobrecer más a los trabajadores, con o sin trabajo, se puede deducir que, empecinados en lo mismo, los esfuerzos actuales de los sectores conservadores no son para situarnos a la cabeza de Europa, sino para no ser expulsados de la cola de su tren.

Hay razones suficientes como para pensar que esa cola del tren de Europa es como una ubicación de tercera que nos hubiera sido asignada, gracias a la burbuja economicista en la que vivimos instalados, “por vivir por encima de nuestras posibilidades”, hasta por “limpiar por encima de nuestras posibilidades”, como decía la Sra. Ana Botella.

La locomotora de ese tren la maneja la desbocada y neoliberal idea de que lo público debe ser reducido hasta lo ínfimo, en favor de lo privado, y que ese mínimo de lo público, además, debe redimirse imitando la “excelencia” de lo privado; se trata, en definitiva, de una reducción programada de lo público y de una convergencia programada con la empresa privada, haciendo de todo una actividad competitiva.

¿Qué amparo económico y que reconversión tenemos que hacer para converger con esa ficción del poder político subordinado al orden neoliberal? Pensemos en el modelo de desarrollo de la Sra. Aguirre y compañía, programado para la ciudad de Madrid. Pensemos en el proyecto frustrado de los Juegos Olímpicos, el gran casino del juego y del disfrute del magnate Adelson o la privatización de la sanidad pública. Estos tres ejemplos dan una idea clara de lo que el capitalismo financiero impondrá después de la crisis a los vagones de cola de la zona Euro: turismo, deportes y juego. He aquí nuestro prometedor futuro y el esquema de desarrollo de las élites conservadoras. ¿Han odio hablar del TTIP? Es el nuevo tratado entre EE. UU y Europa donde se está dando cuerpo a esa infame ruina para los pueblos.

Pienso en la generación del 98 y en la del 27. No, todavía no toca. Seguimos a la cola. Ya sin dictadura, se ve que nuestras élites extractivas y evasoras se han estado cebando con el suelo; tampoco ellas han estado en ello. La descomposición de las redes clientelares, ligadas a la burbuja inmobiliaria y a la corrupción de arraigo institucional, saqueadora de lo público, confirman la gran catástrofe. Nunca vamos a ser lo que nuestros escasos modernizadores nos dijeron que íbamos a ser. Si cabía algún sueño, el despertar de la crisis es el despertar de un país en precario, vigilado por Europa.

Vosotros, los sumisos y los rendidos, ¿qué promesa de futuro nos vais a hacer ahora? ¿Qué ofrecimiento es el vuestro? Empezando por la corrupción y terminando por el deterioro de los diversos sectores sociales, vuestras promesas albergan la sombra de la eterna ruina. Ver ahora a Rato, a Camps, a Rita Barberá, etc., es reconocer de dónde nace y cómo crece la humillación. La quimera de la España europea es un castizo producto picaresco, como dice el Catedrático de Filosofía, Antonio Valdecantos.

Vista la trampa política de las élites, que se ha convertido en destino, vista la rendición al lenguaje empresarial y visto el desprecio por el conocimiento, para los nuevos aspirantes a la derecha, visto también ese burdo anuncio publicitario sobre la situación de la España de hoy, una observación: anhelar lo mejor del norte europeo y lo mejor del sur europeo ha generado la combinación perfecta para lograr lo peor de ambas latitudes.

Visto el emplazamiento a la cola como destino, vista la sumisión política para no defender siquiera la dignidad de los pueblos, completando la observación, añadir algo evidente en la historia de las ideas: que el ascetismo protestante, esa robusta ética del esfuerzo y del sacrificio, en los países mediterráneos, no se tiene que aplicar para enriquecernos, sino para sobrevivir y, por tanto, para vivir mucho peor que hasta ahora.

Visto cómo habla la patronal, cualquiera diría que la crisis les preocupa. Escuchándolos puedes pensar que hasta les viene bien, aunque convenga en algunos momentos y compañías matizar o disimular un poco la satisfacción que deben experimentar cada vez que hablan del despido libre y demás aspectos “liberalizadores” (los llaman ellos) que inciden en el progresivo deterioro e indignidad de las condiciones de trabajo. La patronal recuerda en este país cómo la degradación, realmente, no es ningún estorbo para el éxito ideológico.

Estamos en la periferia de Europa. El gran club de lo bueno de los países del norte (modelos de desarrollo, pensiones, subsidios, sanidad y educación) solo nos admitió como frontera de la miseria. En ese emplazamiento geopolítico es donde se desarrolla nuestro día a día. Creer que el capital privado puede sostener las instituciones públicas de este país alberga dos presupuestos equivocados: el primero, tiene que ver con una completa ignorancia de lo que aquí, en este país concreto, es y ha sido el capital privado; la otra, supone un completo desconocimiento de lo que, en cualquier parte, en su semántica exacta, debe ser una institución pública.

Mientras no tengamos una Europa social y democrática, país a país, una zona conjunta social y democrática, en la que los mercados estén al servicio de la población y no la población al servicio de los mercados, seguiremos sin futuro, asfixiados en la infame atmósfera invernadero del mar de plástico de la austeridad, de las promesas incumplidas y de todas las demás insuficiencias que nos recuerdan que vivimos en una burbuja de capital financiero que, gracias a la desregulación, lo ha atraído todo a su interior esférico.

Mientras no tengamos una Europa social y democrática, seguiremos empeñados en el esfuerzo de lo inútil, como Sísifo castigado por los dioses, seguiremos subiendo la pesada piedra del día a día, para verla volver a caer, ante el absurdo convencimiento neoliberal de que la mercantilización y una permanente re-mercantilización de todo son las únicas fuentes posible para lograr la riqueza de las naciones y de los pueblos.

Teresa T. Rodríguez

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