• Teresa T. Rodríguez
  • Opinión
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Van a tener razón nuestros mayores cuando dicen por lo bajo, por lo que les toca, pero después de haberlo dado todo, que el nuestro es un país de estoicos.

¿Qué clase de broma es la de unas terceras elecciones el día de Navidad? ¿Qué tipo de intimidación es esa? De verdad, qué suplicio.

¿Es que todavía no ha quedado claro por la parte que nos toca? Los ciudadanos nos expresamos en las urnas el 20 de diciembre del año pasado. Por segunda vez, el 26 de junio, hace apenas dos meses. Pero ya no solo es la cuestión de ir a votar por tercera vez, que ya va bien el despropósito, ¿también tendríamos que soportar una tercera campaña electoral a nivel nacional? Solo imaginarlo provoca un escalofrío.

¿Otro debate a cuatro televisado?, ¿Dos semanas antes anunciando el debate a cuatro televisado? ¿Más mítines y arengas? ¿Musiquillas de los partidos por un lado y villancicos por otro? Si votar un 25 de diciembre, sin entrar en mayores, es surrealista, digno del tono cinematográfico del maestro Fellini, la cuestión de tener que hacerlo por tercera vez en un espacio tan corto de tiempo, más que un ejercicio democrático, revela hasta qué punto la actividad parlamentaria en este país se ha convertido en un artificio que devora a sus mercenarios.

¿Cómo pueden siquiera contemplarlo? No sería solo ir a votar. Sería instarnos a votar por tercera vez. En el ánimo, no sé si se dan cuenta del efecto tedioso que eso provoca. Políticamente, además, quebranta la confianza. En vez de ser tratados como ciudadanos que ya se han expresado con claridad, por dos veces, unas terceras elecciones nos transfiguran en subordinados a los que se les requiere mansedumbre infinita, como si mansedumbre y paciencia fueran de la mano.

Como respuesta inmediata a los acontecimientos, fueron los mercados los que primero impusieron esa forma de obediencia. Ningún país del mundo es hoy ajeno al hecho que las decisiones políticas cruciales hace años que no pueden ya tomarlas los ciudadanos ni sus gobiernos, sino los agentes económicos transnacionales para quienes la política solo ejecuta lo que ya está económicamente decidido.

Dicho lo cual, la política no puede avivar la mansedumbre sino combatirla. Aunque el orden democrático mundial haya sido subvertido por la economía, deviene responsable y consecuente actuar como verdaderos agentes políticos, legítimamente elegidos por sufragio universal, cumpliendo el mandato de las urnas. Dos veces se ha expresado ya el electorado en este país a nivel nacional. Dejad de utilizarlo como rehén para desatascar una situación parlamentaria perversa que, a estas alturas, no han sido precisamente los electores quienes la han torcido y envenenado.

Tampoco el discurso de los agentes transnacionales, lo que familiarmente se llama “mercado”, nos apela como ciudadanos. Solo somos ciudadanos en el ámbito de la política, Jamás fuimos ciudadanos para los mercados. Ahí sí que solo somos súbditos, pero con otros nombres: consumidores, sujetos, tributarios, hipotecados, etc. En realidad, articulados por el capital, esos nombres indican muy bien el atractivo irresistible del dinero y el peso que todavía tiene sobre el hombre moderno la esclavitud voluntaria.

Dicho lo cual, mantengamos el decoro democrático y la fortaleza de la política para poner, al menos, los nombres en su sitio. No nos tratéis ahí como súbditos, porque ese apelativo no sirve como acomodo.

Cierto, básicamente es el dinero quien nos libera, aprieta o ahoga, que así no cae directamente la responsabilidad sobre esos agentes transnacionales, asumiendo que hay que hacer casi cualquier cosa por tenerlo. “Poderoso caballero don dinero”, sí, pero deviene equivocado pensar a estas alturas que, en política, aun mostrándonos mansos por interés particular, albergamos ese mismo espíritu avasallado.

Sí, ya hemos votado dos veces casi seguidas sin rechistar. Aun pensando en los votos más asentados y fieles, no significa que nos tragaremos por norma cualquier cosa que nos pongan por delante y por tercera vez. Además, cuidado con ésta tercera vez y con una cuestión antropológica, porque las fiestas son sagradas.

Visto lo cual, ¿por qué no unas cuartas elecciones en primavera, si siguen sin dar los números? Igual después de Navidad sigue todo lo mismo, como si en el fondo fuera una cuestión de números.

Puede ser que no disfrutar ya de una mayoría amplia en el Congreso sea algo que alivia en lo cotidiano y algo a lo que hay que acostumbrarse parlamentariamente; por no mencionar lo que ese hecho fortalece en sí mismo a cualquier democracia. Carecer de mayorías prescribe el debate, el diálogo y el acuerdo entre las diversas fuerzas parlamentarias como fundamento de los Reales Decretos que tanto nos afectan a todos.  

En fin, el hartazgo de tener que votar por tercera vez, por la fecha elegida tan desafortunada, pero también por la escasa fidelidad de un electorado ya cansado, hagan cuentas, sí, porque todo puede resultar descabellado: desde los resultados, inaudita puede ser hasta la abstención, los memes, el incremento del voto por correo, el despliegue de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado o el gasto; insólito todo, salvo que nuestros mayores sigan teniendo razón.

Más que un posible investido, un presidente o un gobierno, si tuviéramos que volver a votar por Navidad, mucho me temo que la única cuestión que se clarificaría es si seguimos siendo un país de estoicos o bien que unas terceras elecciones, de verdad, no hubo quien las aguantase, salvo el flemático Sr. Rajoy, que saldrá en los telediarios caminando por su Galicia natal, quizá, con un turroncito en la mano.

Teresa T. Rodríguez

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