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Tere tParece que sólo estamos inmersos en uno de esos periodos de opacidad de dimensiones generalizadas en la que optimistas y pesimistas pueden escribir y pronunciarse con igual fervor. ¿De verdad que sólo es eso, una cuestión de opinión?

Ahora ya hay quienes sugieren que no tenemos por qué preocuparnos. No sólo a nivel nacional, nos dicen, la misma durabilidad del sistema internacional está garantizada porque no existen alternativas a este tipo de capitalismo que ahora impera. En el peor de los casos, reiteran, se evidencia resistente y tiene grandes poderes de recuperación. Son los famosos “brotes verdes”, esa especie de nuevo y potente narcótico al que, parecer ser, muchos de nuestros políticos y economistas de última hora se han hecho adictos.

Como atinadamente nos recuerdan Giddens y Hutton, dos reputados estudiosos sociales, la proclama de los “brotes verdades” es la parte del discurso que no se altera ni un ápice: en la historia de la crisis asiática, por ejemplo, lo importante no fue la caída de 1998, sino la recuperación de 1999. Quince años después, escuchamos lo mismo: lo importante, nos vuelven a decir, no es la caída sino la recuperación.

El sistema es tan poderoso y las oportunidades tan grandes, sobre todo para quienes entran en él (esto último debería subrayarse), que la resistencia y las turbulencias serán únicamente episódicas y muy débiles. La prosperidad, insisten, ha venido para quedarse. En esencia, por tanto, salvo por alguna que otra irregularidad (en este punto, ya denominan a las crisis “irregularidades”), en los próximos años, la previsión más factible es que el sistema tendrá, seguramente, el mismo aspecto que el que tiene ahora. La pregunta que se hacen de seguido es la de si el mundo será todavía más rico y la respuesta, que es la que nos ofrecerá probablemente otro “Montoro” al uso, porque va a dar igual el nombre, será otro SI mayúsculo, sin atisbo de duda.

Y con esas estipulaciones comulgan diariamente esta nueva estirpe de iluminados o de narcotizados para quienes nuestros problemas únicamente son económicos y forman parte de ciertas “irregularidades” pasajeras, donde lo importante, una vez más, es la recuperación. La brecha social insostenible que se va abriendo entre sus proclamas y respuestas y la realidad diaria de millones de personas, visto así, no importa.

Quizá, en el fondo, no es más que una dimensión paralela, completamente ajena al día a día de los ciudadanos. No obstante, sigue resultando insólito el extraño caso del Sr. Rajoy, por poner un ejemplo de dirigente al uso, digo extraño porque él vive en un país que sólo va hacia adelante, aunque no sabemos lo que es eso, en el que la corrupción no es una palabra sintomática de nada, ni la impunidad que impera es preocupante, sólo algo que los tribunales deben resolver, porque vive en un país donde las mareas de todos los colores, las innumerables marchas, las protestas, el clamor de los ciudadanos, los informes de Caritas o la precariedad de la vida diaria de millones de personas las conforman opiniones respetables pero ya las cifras nos dicen otra cosa. Es extraño el caso del Sr. Rajoy porque al niño al que ahora mismo le tiembla el estómago en el patio de cualquier colegio público de este país no le sirve de mucho ser una “irregularidad” numérica (estadísticamente, una estricta desviación típica) dentro de unas cifras que ahora apuntan hacia la recuperación.

Redacción

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