Recuerdo con desagrado aquel axioma escolar de que “la excepción confirma la regla”. Fullerías del lenguaje. Y no sólo por la dificultad de aprender y memorizar anomalías y verbos irregulares, vaya rollo, mi queja de entonces; también por cuanto mi conciencia de ahora -ya de hombre adulto- me suele aconsejar el desagrado hacia toda devoción por lo uniforme.
La excepción nunca confirma la regla, más bien la cuestiona, y si me apuras, la dinamita en mil pedazos y la convierte en una gran mentira. La regla no es tal si no es universal y exigible. Si encierra en su entraña la opción de su propia alternativa, ni es ley, ni norma, ni falta que hace. Admiro la honestidad de lo matemático, que no halla en sus reglas excepción, y donde la hipotenusa al cuadrado es siempre igual a la suma del cuadrado de los catetos. Ay! los catetos.
Pero seamos simplificadamente optimistas! Si no hay más remedio que ser tozudos y discriminatorios a favor de nuestras hegemonías propias -¡no te jode!-, si como toda salida nos ponen una pistola en el pecho, si o si, propongo que dejemos de hablar de “reglas con excepciones” para hablar con más propiedad de “variaciones a lo común”. Sin hacer ley ni normativa de lo mayoritario, sin hacer disidencia de lo puramente opcional, para bien de “todos”.
¿Todos? No hay palabra que despierte en mi instinto de confianza más recelo que aquella que incluye a la totalidad de los miembros del conjunto. Si alguien me cuenta lo que está en el pensamiento de “todos”, desconfío; si lo que está en “todas” partes, busco puertas y ventanas y lagunas; si me cuentan, en fin, de gaitas sobre cuanto forma parte del sentir de “todo” un pueblo, meto los dedos por las heridas más oxigenadas del aprisco en busca de gentes incrédulas.
Confundir la parte -aun cuando pudiera ser mayoritaria- con el todo, es totalitario. Hacer ley de lo común, sin otro objeto que imponérselo a la totalidad del conjunto es totalitario. Tratar como anomalía a una opción libre de la persona, que a nadie daña ni atañe, es totalitario. Afirmar en auditorios escolares que la excepción existe para confirmar la regla, es perverso y totalitario.
Aun viviendo en una democracia avanzada del mundo libre -de lo que no me cabe duda, y si no mirad ahí fuera-, digo que nuestro hábitat cotidiano está impregnado de pequeños totalitarismos sociales, familiares, de género e individuales, apuntalados por el trampeo de un lenguaje poco inocente. Y digo que los diez mandamientos de la ley de Dios, para hacer de nosotros mujeres y hombres definitivamente santos y justos, deberían resumirse en uno solo: a grandes excepciones, nimias reglas.
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