Así es como Tucídides narra la decadencia de la Atenas democrática: perdimos el significado de las palabras, dejamos de aspirar al entendimiento mutuo y permitimos que los demagogos y retóricos de diverso pelaje subvirtieran sus significados para conseguir espurios fines políticos.
No parece que hoy estemos muy lejos de eso. De hecho, incluso a nivel ínfimo, la lista de agravios a considerar podría comenzar por los propios eufemismos. En tiempos oscuros, abundan. Entre los más usados en política en los últimos años, por ejemplo, llamar “ajustes” a los recortes que se han aplicado en el ámbito público; llamar “impulso aventurero” a lo que es emigración forzosa; llamar “crisis” a lo que está siendo una estafa consentida, etc.
Que rebosen por todos lados expresiones con las que se modifican los significados que nos deben ayudar a comprender cabalmente la realidad, por lo pronto, evidencia que se ha abandonado la reflexión obligada que cada época se debe a sí misma sobre el uso preciso de las palabras. Es esto lo que le confiere una inquietante actualidad a la preocupación de Tucídides.
Tampoco se puede pasar por alto que el neologismo “pos-verdad” (post-truth), haya sido elegido como palabra del año por el diccionario Oxford. No solo es alarmante solo porque el Brexit o la aterradora presidencia de Trump evidencian el peligro de las “postverdades”. A modo de virus infeccioso, su uso solo es explicable gracias a la ceguera generalizada que deriva de no llamar a las cosas por su nombre y de no ver los hechos a la luz de la inteligencia.
A la luz de la postverdad, ni siquiera es insólito que muchos tertulianos, analistas o algunos políticos de la escena actual recuerden el caso de los modernos patólogos altamente especializados. En efecto, pueden determinar casi de manera precisa qué tipo de enfermedad nos mata y, sin embargo, nada saben de terapias o remedios, porque ese asunto no entra en su campo de acción.
Lo que de nuevo nos lleva a Tucídides que no dudaría en afirmar, sin necesidad de utilizar un eufemismo que, al igual que muchos médicos corrompidos por la profesión, muchos tertulianos, analistas y políticos de la escena están más interesados por las enfermedades que por los pacientes; un hecho que habla de la atroz oscuridad de los tiempos en los que vivimos.
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