Ahora que hay elecciones en Cataluña, concedámonos el placer de usar un tono más distendido. La república catalana ha resultado ser algo hipotético y muy nebuloso. Podían haber dicho antes que no contaban con la mayoría social suficiente y nos hubiéramos ahorrado tantas preocupaciones y bochornosos desquiciamientos.
¿Acaso la diferencia entre ficción y realidad la tenían difuminada? ¿Acaso la han recuperado y por eso concurren a las urnas de nuevo, devotamente? Incluso con una mayoría social suficiente, la idea de independencia alberga un revés dramático de fondo. En la era del riesgo global en la que estamos, la nación ya no es el eje, la estrella fija alrededor de la cual se traslada el mundo. La imagen etnocéntrica que porta del mundo resulta abrumadoramente falsa, tanto como la de proclamar en este momento que el Sol gira alrededor de la Tierra.
La revolución copernicana 2.0, como dicen los expertos, se ha convertido en realidad. En modo más ajustada a ella, por tanto, en estos tiempos de agitación y desmoronamiento del mundo, más que una república in-dependiente, podrían haber declarado una república inter-dependiente, por encima de las fronteras nacionales, religiosas y de clase social. Lástima que no fuera algo así.
Una prueba definitiva de que la realidad anda desquiciada es el permanente desacuerdo. En esto, a los sociólogos no nos importa reconocer la falta de palabras para definir una realidad tan fastidiosa. Se me viene a la cabeza el inquietante “cógelo todo”, el principio revolucionario con el que se definen las prácticas de la NASA, derrocando así los principios constitucionales de la libertad.
El principio de “cógelo todo” funciona cada vez que el Estado vigilante no se ha podido echar atrás. En vez de buscar una sola aguja en el pajar, lo que hacía era “llevarse el pajar entero”, como lo definió el funcionario estadounidense, encargado de supervisar la puesta en práctica del tan ingenioso plan que, simplemente, evidenciaba que la situación de espionaje y vigilancia estaban fuera de control. Más que un principio revolucionario, por tanto, “cógelo todo” resultó ser solo un procedimiento más del totalitarismo institucionalizado desde dentro del sistema democrático.
Problema, al obviar el 3% como el gran conflicto democrático en Cataluña, las revelaciones de Puigdemont y de los actuales exconsejeros de la Generalitat, incluido el melodrama de huida hacia Bruselas, no constituyen un contra-acto revolucionario, como puede serlo el que supuso la huida de Snowden, tras sus revelaciones sobre el programa PRISM, insurrectas, como decisión, en cuanto que lo que pretendía era hacer frente a la amenaza digital de la libertad, haciendo visible lo que hasta entonces era invisible.
La lucha de Snowden no fue contra los Estados Unidos. Su insurrección fue directa contra la CIA y a favor de la Constitución estadounidense; incluso suponía el rebelde que la tradición constitucional sería lo bastante sólida como para no fracasar ante una situación tan delicada.
El Estado español, pero mucho más el soberanismo catalán deben saber, a estas alturas, que las elecciones no van a resolver la ecuación de los equívocos en los que están. Dejarán otra vez esa misma estela de enormes turbulencias. Por lo sucedido hasta ahora, ambos artífices deberían haber aprendido ya que los espacios de acción no funcionan como un juego en el que los participantes adoptan estrategias para ganar una competición de unos jugadores contra otros, observados todos por el árbitro imparcial de la ley.
En este caso, ni siquiera ha sido un solo juego para todos los participantes. Peor aún, siguiendo en el símil, los participantes han estado jugando distintos juegos al mismo tiempo.
Puesto que las reglas de los jugadores siguen siendo diferentes, ni siquiera resulta fácil identificar los movimientos adecuados, ni se pondrán de acuerdo las partes en el significado de lo que es una victoria o una derrota. Seguiremos en el mismo naufragio programado.
No obstante, decir a los soberanistas y sus nebulosas una última cosa: de verdad, gracias por vuestras banalidades. Ya os las hubierais comido vosotros solos. Ahora todos los demás tendremos que sobrellevar esa enorme pesadez que produce la imagen triunfante de un Sr. Rajoy in aeternum que, tras el 155, ahora lo sabemos claramente, la ya probada corrupción de su partido no será lo que lo saque de la Moncloa.
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