Cuando acabas de cruzar la línea de la mediana edad, el largo plazo comienza a tener aspecto de amenaza imprecisa. Más allá de los jubilosos parques temáticos que nos prepara la sociedad del bienestar y sus negociados habita la enfermedad, el exceso de certeza, la dependencia achacosa, la dádiva estatal, el viaje de vuelta. Nada más preocupante que la pirámide de edad española de hoy en día, con su perfil de onda sísmica encumbrándose hacia la boca de un volcán.
Dentro de poco, quince o veinte años, una multitud de viejos baby-boom con alma de vintage tocaremos a las puertas del Ministerio de lo social, con la esperanza de que para entonces se haya inventado un túnel del tiempo que pueda diseminarnos por la Historia, aliviando así el presupuesto de las pensiones y los centros de día del siglo XXI, incapaces de satisfacer la demanda de fichas de dominó y peluqueras de balde.
Quizá, de la resignación natural de la ancianidad surja entonces un espíritu justiciero de cotizante vitalicio que no traga. Quizá queden contra las cuerdas las instituciones traidoras, los poderes públicos y bancarios deudores y condonados… Un sistema, en fin, que no acaba de reventar por las costuras ni con un 50% de paro juvenil, ni con uno de cada cuatro nuevos contratos de menos de una semana de duración, ni con los evasores legalizando su fraude al 3%, ni con esta política de saqueo.
En los cinco años del periodo 2011-2016 el Fondo de Reserva de la Seguridad Social española ha pasado de 66 a 25 mil millones de euros, con la previsión de ser agotado -a este ritmo- en los dos o tres próximos años. Quizá las revoluciones futuras del país vengan de la mano de quienes no tienen tiempo para aprender el idioma de la emigración patriótica, esa que mengua las estadísticas tristes del desempleo; y fíjate tú que panorama, llegar a viejo para ponerse áspero y gritón y maldecir en arameo, porque nadie va a tener el cuerpo para pedradas.
Mientras las generaciones más jóvenes huyen física y sentimentalmente de una realidad de oficialidad baldía que ningún futuro puede ofrecerles, porque pueden; las generaciones más viejas apuran el trago de su arcadia bobalicona de IMSERSO en las penúltimas. Desde esta línea de mediana edad, no me veo. No nos veo. Aquellos compañeros de aquella clase de EGB organizados en sociedades secretas de viejos hasta las pelotas para joderle la mañana a un hombre de banca o de Estado no me resulta verosímil, pero quizá sea cuestión de ceguera, o de tiempo.
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