Vaya fuego el cruzado a cuenta de la cosa tributaria sobre herencias y sucesiones en Andalucía. En una sola semana he perdido tres amistades del feisbuc por la simple mención de un punto de vista discordante, que paso a exponer en estas líneas periódicas y públicas para descargo de mi conciencia. Bien me quieres, bien te quiero… no me toques el dinero.
Sabemos que con frecuencia, las tramas hereditarias rompen familias y encrespan la ojeriza fraterna como sólo pueden hacerlo las causas tribales, convirtiendo en enemigos de sangre a mujeres y hombres entroncados por la leche que mamaron. No podemos extrañarnos pues, de que las cuestiones sucesorias capaces de convertir a Abel en Caín, muden al justo en posesivo, o al más izquierdista y solidario de los humanos en celoso guardián de su tesoro testamentario.
No iré en esta ocasión al trampantojo del “tantoporciento” autonómico, coyuntural y mudable. No me interesa la dimensión cuántica o partidista de un asunto de más o de menos. Si me interesa el debate sobre el “derecho moral” al privilegio de nacer con ventajas de fortuna, en un país que constitucionalmente se define como “Estado social”, y que por ello debe aspirar a una sociedad construida sin grandes brechas genealógicas. Ya oigo tambores de guerra.
Una sociedad igualitaria no es una distopía comunista y anacrónica norcoreana, es una sociedad en la que venimos al mundo para ser niñas y niños en igualdad de oportunidades. Y a partir de ahí, con el sudor de su frente, que cada mochuelo se mude al olivo que su ambición le permita, que también somos continente de libertades. Bien conocemos los olivos que lucen por la tele bertin-osbornes, paquirrines y borjas-thyssen, paradigmas locales de aquellos que viven y vagan por este valle de lágrimas según su incontestable merecido personal. Ironía al cubo.
Usted me dirá, no sin razón, que en el 2% de las fortunas hereditarias andaluzas con obligación fiscal también entra el legado de padres y abuelos deslomados por el trabajo, el ingenio o el ahorro. Y no digo que no, pero que ese no es el merito de usted, es lo que yo le digo. Y digo que nada consolida la desigualdad social tanto como las fortunas sucesorias, que legatario a legatario han construido todos y cada uno de los linajes económicos o inmobiliarios de nuestros pueblos.
Y digo para terminar que como hay que pagar impuestos para mantener el modelo social que queremos, más justo es gravar al pan caído del cielo que a las rentas del trabajo propio o del emprendimiento empresarial de uno mismo. Y digo -con cuidado, porque el tiroteo arrecia- que en una democracia avanzada construida sobre el principio de redistribución social de la riqueza, el patrimonio heredado es más susceptible que cualquier otro de pasar por el ojo de la aguja.
Y ahora, cuerpo a tierra. Apiádense de mí los niños herederos con su rabieta, que también tengo padres, y algo pillaré.
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