Todos los días vivimos entre palabras feas. Hay palabras feas que de por sí y su sonido parecen desafiantes y suenan a bofetón, como macho. Las hay de sonido trompicado y torpe como testosterona, que rebota entre la lengua y el paladar y si te descuidas te escupe una baba. Hay palabras que siendo biensonantes y prestigiosas, tienen un eco como de culpa, como patriarcado, que arrastra un hálito de tiranía y hegemonía y violencia histórica inabarcable.
Todos los días vivimos la vergüenza de nuestro patriarcado particular. En España, según las fuentes más comprometidas -que en esto hay mucho paño caliente-, en los últimos cinco años han caído asesinadas por razón de su género un mínimo de 681 mujeres a manos de maridos, exmaridos, novios, amigos despechados, familiares, putañeros apocados o delincuentes sin castrar. ¿Cuántas? Insisto y enfatizo: 136 mujeres exterminadas cada año por su condición sexual, que es lo mismo que decir una cada dos días y medio. Ni la ETA en sus peores tiempos.
En los países patriarcales, el conflicto de género anida sordo y mudo en una fractura social larvada mucho más antigua y profunda que la lucha de clases; más sangrante que la sobrevenida por la existencia de guetos étnicos o religiosos en nuestra fallida comunidad multicultural. En la España del siglo XXI hay todavía demasiado tufo a corral de machos alfa, en el que hoy dimite un decano de la Universidad de Sevilla por disimular los abusos sexuales de un catedrático del lobby académico, y mañana detienen a un tertuliano de la televisión, serio de toda seriedad, por degollar a su esposa martirizada desde siempre, vox pópuli.
En nuestro país de patriarcas -en otros mucho más, pero aquí me duele el mío- mueren mujeres asesinadas tres veces por semana con una noticia en los telediarios y una triste concentración burocrática y tradicional en la puerta de los ayuntamientos. Llueve sobre mojado. En mi país. ¿En cual? En el nuestro, nunca falta un chamán jamás desmentido para satanizar la ideología de género desde Conferencia Episcopal, ni un magistrado emitiendo sentencia de crimen pasional, con atenuante de amor desmedido, falda corta o concupiscencia de hormonas incontenible.
Finalizo. Me pregunto. ¿Qué me pregunto? Esto: en el último año, ¿cuántas veces me había propuesto este escrito? Muchas. Siempre pospuestas por la oportunidad conveniente de algún otro tema de más eventual actualidad. Espantosamente, hay eventualidades que nunca pierden vigencia, y el patriarcado mata a diario.
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