No sólo es que hayan subido los impuestos, que ahora nos anuncian impúdicamente que los bajarán porque se avecinan elecciones, sobre todo, es que los derechos sociales están en franca regresión, cosa que disimulan con sus proclamas de supuesta “recuperación” económica. Por eso importa, y mucho, que se haya paralizado por ley la privatización de la Sanidad Pública en la Comunidad de Madrid, proyectada y publicitada bajo el tecnicismo “externalización”.
Voy a intentar explicarlo brevemente, porque no se trata únicamente de la preservación de un bien público fundamental, sino de una batalla constitucionalmente ganada para el bien común que nos revela en estos momentos la importancia trascendental del Estado de derecho como cortafuegos y contrapunto imprescindible contra la voracidad de un capitalismo financiero desregulado, desatado y, en muchos casos, muy bien avenido con ciertas perspectivas políticas.
Este nuevo capitalismo inmaterial, basado en la desintegración del trabajo y en el triunfo ideológico de las élites financieras y sus servidores –desde asesores, ejecutivos, políticos neo, seudo-economistas vinculados a la llamada ingeniería monetaria y algunos medios de comunicación, entre otros– han presentado como su mayor enemigo al Estado social, principalmente, por ser un elemento antifuncional de cara a sus estrategias maximizadoras del beneficio a costa de lo que sea.
Sin reservas de ninguna clase, han arremetido contra los puntos supuestamente más débiles del Estado keynesiano (el Estado de bienestar que conocemos, emergente tras la Segunda Guerra Mundial), según lo entienden, por la formación de un sentimiento de baja competitividad entre los individuos productivos, como consecuencia de la seguridad laboral que proporciona ese Estado de Bienestar, por su burocratización excesiva y por los peligros que ven en ciertos principios sociales del mismo, recogidos constitucionalmente, como evidencia el de redistribución de la riqueza, que fundamentaría el de igualdad.
Palabras como “externalización”, aplicadas a los servicios públicos, son las expresiones actualizadas de las viejas recetas del darwinismo social, que es en lo que se basa ese “nuevo” gerencialismo tecnocrático (magnagement postmoderno), para mermar la capacidad de las instituciones representativamente amplías y determinar así el rumbo del desarrollo económico y social exclusivamente hacia el beneficio económico. Así, si el modelo keynesiano proclamaba una cierta democratización de la economía y de la empresa, en el horizonte del nuevo gerencialismo son las empresas y la economía las que deben permear y adaptar, en su beneficio, a las democracias.
Se trata, en definitiva, de expresiones que, como explica el catedrático de sociología Luis Enrique Alonso, exhortan a un capitalismo financiero desatado y cargado de determinismo cuyo semblante más evidente lo comporta esa “nueva gestión”, fundamentada en unos asépticos principios de eficacia y eficiencia, y que avanza sin freno por encima de los poderes y los grupos sociales, de tal manera que quienes se atreven a criticar su desarrollo se posicionan, de hecho casi de forma estúpida o necia, contra algo imparable que coincide con el progreso.
Destaca también un agrio esencialismo, es decir, el nuevo gerencialismo entiende que lo que es bueno para una parte de la sociedad, es bueno para toda la sociedad, de tal manera que lo que, por ejemplo, beneficia a los grandes grupos industriales o financieros, es bueno para los territorios, grupos o sujetos más vulnerables. El nuevo gerencialismo, además, se erige sobre un esquemático reduccionismo, o lo que es lo mismo, no hay más alternativas tecnológicas o sociales que las que dictan los procesos más capitalizados de la innovación, lo que es otra forma de enunciar la tesis conservadora –hoy neoconservadora– del fin de las ideologías y la sustitución de las alternativas sociales por simples problemas de gestión, eficiencia y rentabilidad, una eficacia y una eficiencia exclusivamente de resultados sólo alcanzables si se atienden a los consejos de esos gurús manageriales, que presentan fórmulas, casi mágicas, para ser más competitivos dentro del orden empresarial voraz y deshumanizado que diseñan, precisamente, sus legitimadores.
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