• Teresa T. Rodríguez
  • Opinión
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Se manifiesta una clara desazón en las preguntas por el origen, el pasado, el presente y el futuro. Lo vienen señalando los filósofos durante siglos. El ser humano es el animal al que hay que explicar su situación.

En su generalidad, explicar la situación no es extraño que se complemente con una sinuosa observación: a veces la situación es difícilmente soportable y, cuando se aclara, parece aún mucho peor.

Como preocupación, tal sería el resultado de las últimas elecciones. Al margen de atisbos triunfalistas, sigue siendo obvia la misma cuestión que en las pasadas y ya fallidas elecciones: la necesidad de pactar y de llegar a acuerdos parlamentarios. Veamos si no se incide en la demencia de tener que ir a votar por tercera vez.

Como enclave de una decepción casi permanente, ahí quedan las campañas y el irrespirable electoralismo que las rige. Abruman. La urgencia continúa siendo un debate abierto de ideas y propuestas y no el hostigamiento partidista. Sirva como ejemplo de la locura general en la que estamos inmersos la inquietante situación en la que han colocado a Gran Bretaña tanto los conservadores, como los laboristas, como los partidarios y triunfadores de la ya inevitable salida del Reino Unido de la Unión Europea. Entre todos, por unas y por otras razones de naturaleza puramente electoralista, han generado una situación extremadamente complicada e incierta.

La historia evidencia que la sensatez es un elixir escaso. Escrita en 1600, como estado de las cosas, es preocupante que todavía siga plenamente vigente la célebre frase de Shakespeare: “todo el mundo es un escenario y los hombres y mujeres meros actores (All the world’s a stage and all the men and women merely players)”.

Es preocupante porque, mientras que lo escenificado es fugaz, la realidad persiste. Gran Bretaña hoy ya no es el escenario de su permanencia o de su salida; la realidad es la de su salida de la Unión Europea. Sobre la realidad de nuestro país, por el contrario, persisten el drama de la corrupción, la pobreza, los contratos basura, el desempleo, el incremento de la desigualdad, etc. Como realidad, no como meros “procesos escénicos”, seguimos en el mismo lugar prominente en la historia de las infamias.

Como salida para este país, uno de los retos sigue siendo el desmantelar el invisible entramado subterráneo de asalto y saqueo de lo público; como reto educativo de este país, paralelo a la corrupción, sigue pendiente una cultura inquebrantable de respeto y cuidado por lo público. Como reto democrático, viendo lo que se publica hoy sobre Aznar y la guerra de Irak, también queda el no acrecentar más las complicaciones para el bien común y que la legitimidad deje de ser un drama con final mentiroso.

El error del electoralismo siempre es la limitación y la limitación precisa de una salida: o la vida pública adquiere una forma reflexiva, diametralmente contraria al electoralismo, o seguiremos instalados en la fe en nada. En esa fe en nada, a la luz del individualismo programático y de los personalismos triunfalistas, parece que pudiera devenir cualquier cosa.

Sin reflexión, la política se ha armado como una industria de la consulta, jalonada cada cuatro años por un estallido de trivialidad final como ciclo, conforme a imperturbables disposiciones de tiempos previstos y horarios al modo de llegadas y salidas, donde aquí, en realidad, no se va nadie. Más que ideas y propuestas, lo único que se saca en claro de las sucesivas e instantáneas exposiciones mediáticas es cómo la propiedad o la cualidad de los términos se ha transmutado en un personalísimo “yo” o “tu” y en su triste diseño. 

Si el capitalismo financiero procede de flujos sin freno, antes siquiera de que este entrara en su circuito actual neo-liberal, el electoralismo viene siendo articulado por un arcaico mecanismo fungoso que podría equipararse a una guerrilla. El hipnotismo empobrece las ideas. Repetir frases como mantras enturbia la toma de decisiones, aunque eso lleve, a veces sí, a veces no, a ganar o a perder unas elecciones. El marketing, que limpia las impurezas de la imagen, sin embargo, simplifica las ideas. Nada más oscuro que una idea simplificada.

El resultado de estas últimas elecciones evidencia una vez más un hecho sociológicamente nada opaco, característico de nuestro siglo: la adscripción partidista peregrina. La masa social entiende su voto en sentido nómada. Eso solo se combate con prudencia, exponiendo las cosas con sabiduría. Veamos cómo los generadores de miedos gestionan ahora los miedos creados a una población subjetivamente sitiada por el tráfico contradictorio y ferozmente interesado de los datos.

Enfriadas las euforias, toca volver a soñar de manera inconformista contra la mancha ciega con las que los cazadores de oportunidades empastan sus manejos públicos. A causa del exceso de afluencias al océano de la política, puede que la corrupción se haya coagulado, formando una barrera infranqueable. Gracias al miedo, puede que la corrupción sistémica quede rentabilizada electoralmente. Sin embargo, enfriadas las euforias y apagado el electoralismo machacón hasta las siguientes elecciones, la gran tragedia doméstica de la corrupción continua con su desfile esperpéntico.

Los cleptócatras y extorsionistas de lo público, enquistados en las ciudades y pueblos de este país, siguen ahí. En cola o a la espera, siguen ahí, jugosamente enriquecidos, incluso tras aplicarles el teorema base de la justicia. El daño ya ha sido infringido. Lo revelan cada juez instructor y cada investigación que realizan las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que, ante la falta de apoyos y más medios, trabajan a destajo. La corrupción sistémica y más de 30 años de democracia en este país exigen pensar el tiempo en una dimensión diferente. Un reto así no es una meta lejana, urge.

Si, como es de temer, el futuro se siguiera desarrollando cada vez más solo hacia una dimensión exclusiva de amortización de una deuda eterna, ejecutable solo ante acreedores y otras instancias privadas, ante el flagrante y continuado saqueo de lo público, los diversos pueblos y ciudades de este país, como de otros países, que merecen y precisan la viva sensación de ser parte de una fuerza ascendente, más pronto o más tarde, aún tratados de forma denostada como meras ovejas que precisan de perro y pastor, volverán su espalda a ese futuro sobre-endeudado y sin salida.

Teresa T. Rodríguez

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