• Teresa T. Rodríguez
  • Opinión
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Suena cansino, es cansino, pero no es por tener que repetir unas elecciones generales que el proyecto social dominante en este tiempo tiene carencias esenciales. La gran cuestión es la reestructuración neoliberal en curso y el deterioro de las condiciones de vida que eso conlleva. Gracias al deterioro de las condiciones de vida, Europa es el escenario del hundimiento de Europa.

En sentido doméstico, el agotamiento del bipartidismo es un síntoma de la desconexión de lo político del contexto histórico vigente. Ese querer nadar y guardar la ropa al mismo tiempo, ejemplificado por el persistente acuerdo del Sr. Sánchez con Ciudadanos, es una prueba del completo desacierto y de la manifiesta incapacidad en la que se encuentra inmersa la social-democracia europea, para detener, como tal, la gran reestructuración neoliberal en curso. El bipartidismo ha muerto en España, pero no la directriz izquierda-derecha. En eso sí estamos.

Con la precarización como norma social y como herramienta disciplinaria del neoliberalismo, con el deterioro de las condiciones laborales ejecutadas por decreto, con la penalización de las clases trabajadoras y con el paro estructural como enclave biopolítico de control suave, con la deslocalización como plataforma de una galopante desregulación global y con el desmantelamiento programado del Estado de bienestar, la directriz izquierda-derecha no equivoca. En eso estamos.

Hasta que se rescataron bancos con dinero público, la instrumentalización política bipartidista venía creyendo que el imperio del orden estaba en todas partes donde no pasaba nada, en todas partes donde sus proclamas y sus comunicaciones de gestores de lo público urdían su función. Allí donde reinaba la situación “normal”, ellos se creían dueños y señores de lo público, mantenidos sobre sus contingentes de infantería de apoyo en los procesos electorales.

En España, esa precarización, instaurada como norma social, ha venido a afectar el sosiego del orden político de la transición, beneficiado y anestesiado hasta ahora por un larguísimo bipartidismo funcional. La irrupción de Podemos en el mapa electoral español, refrenda la tesis de la orfandad política y del deterioro de las condiciones de vida que afecta a los diversos sectores sociales españoles en la última década.

En la singularidad de este país, lo que todavía no ha entendido el PSOE es que, en el revelado de la situación de la sociedad española, lo que se observa es cómo hace tiempo ya que no reina lo “normal”. En la vida cotidiana no reina lo “normal”. La precarización es el nuevo territorio donde se asienta una enorme masa de población invisible, desplazada, en espera. Son los sacrificados por el orden público vigente, carente de centralidad. Un orden público que sí constata la pavorosa situación de los sacrificados y la negación de una España que ya no es la España de la transición.

Por eso la cuestión sigue ahí. Cuatro partidos en escena que solo pueden representar una cuestión directriz: izquierda-derecha. A ver cómo salva ahora los muebles el PSOE. ¿Nos van a recordar que son izquierdas o son centro o qué es lo que son?  Las cosas, como ya se ha podido constatar en estos meses perdidos, no están para indeterminaciones en el orden público.

En ese orden público, al fin vemos cómo las vergonzantes tramas de corrupción y de saqueo de lo público, al menos, rompen su articulación estructural con la impunidad. Los papeles de Panamá o la evasión de impuestos, como funcionamiento extensivo de las élites, disuelve el último sueño patrio de los sacrificados, una ecuación en la que sumamos todos los demás, menos ellos, que ya son demasiados. La corrupción y los papeles de Panamá, además de ingeniosos memes, exponen la inercia ofendida del orden público, que se manifiesta en una subjetividad compartida de gran poder expresivo. Una poderosa cultura del descreimiento crece con ella por la derecha y por la izquierda.

Oscar Wilde, en su comedia El Abanico de Lady Windermere ya sugería que los cínicos conocen el precio de todo pero no saben darle valor a nada. Nuestras élites extractivas y nuestras élites evasoras de impuestos a lo grande son esa clase de cínicos; una alegoría por arriba de los cuerpos sin mundo. Por abajo, las largas colas y la desesperación de los parados en todas las oficinas de este país son, en contraste, la gloriosa escenificación de los agraviados.

A ver qué proponen los cuatro partidos en estos casi dos meses que tienen por delante de exhibición mediática intensiva. En la mente de los votantes, lo que ronda no es el voto, sino otras cuestiones prácticas, por ver: ¿Conseguirá el PP parecer regenerado internamente con un líder gastado a la cabeza? ¿Se liquidarán al Sr. Sánchez los de su propio partido? ¿Qué nos va a presentar ahora el PSOE? ¿Cuántos votos le restarán Ciudadanos al PP con ese aire inconfundible de gestión y marketing? ¿Conseguirá rebajar Pablo Iglesias los grados en su hiper-liderazgo, un sesgo organizacional que remite a un pasado autoritario inaceptable? ¿Confluirán, finalmente, en una candidatura común de izquierdas, Podemos, Mareas, Equo, Barcelona en Común, Compromís  e IU?… En El valle de los avasallados, los avasallados, más que un voto, son los hombres y mujeres que ahí os esperan.

Teresa T. Rodríguez

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